Estado de excepción

Ya están sueltos. Como una gota malaya, asistimos desde hace días al incesante goteo de puestas en libertad: lo más granado de la fauna criminal española, o vasca si se quiere. Es la consecuencia directa de la derogación de la doctrina Parot. Y sin embargo, la aplicación de la ley no parece haber sentado nada bien entre los defensores habituales de ese mantra del “Estado de Derecho”. Era la Doctrina Parot una medida justa, dicen. Y sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si no han olvidado la diferencia entre justicia y legalidad.

Y uno no puede dejar de sorprenderse de cómo estos ilustres defensores de la ley han pervertido el Estado de Derecho: ilegalización de partidos, torturas, guerra sucia, ataques a la libertad de prensa como en el caso de los nunca suficientemente olvidados Egin o Egunkaria. Sí permanecieron, por el contrario, diarios que poco han hecho por la conciliación: erigidos en carteles de “SE BUSCA” y comandados por periodistas con complejo de sheriff, han olvidado que la ley debe hacer de tripas corazón. “La calle es mía”, parecen entonar, recordando a aquel gran prócer que jamás pudo ser excarcelado, pues jamás fue detenido, ni juzgado. Y es que lo llaman Estado de Derecho, pero es un Estado de Excepción.

No disparen al banquero

Menudo desvergonzado el tal David Fernández: no contento con mantener la compostura durante diez minutos, viendo como sus educadas preguntas eran respondidas con displicentes silencios por parte del ex banquero, acabó estallando y sacándose el zapato como símbolo de desprecio. La cosa no acaba ahí, ya que al no haberse explicado con claridad, ha provocado el estrés de los ilustres analistas de este país, que aún discuten sobre el daño que le podría haber causado a Rato tan peligroso proyectil.

Y es que al Parlamento debe ir uno llorado de casa, con la corbata anudada y la boca cerrada. Qué poco estético tener a un hombre que habla como el pueblo en el lugar más alejado del pueblo. Qué atrevido llamar a Rato por su nombre. Ya lo decía Talleyrand: «Existe un arma más terrible que la calumnia y es la verdad». Y eso, señores, sí es un auténtico proyectil.

Artur Mas en el País de las Maravillas

¡Primero la sentencia, tiempo habrá para el veredicto!“. Así decía una frase escrita por Lewis Carroll, escritor que inventó el extravagante mundo de “Alícia en el país de las maravillas“. Bastante más lejos y bastante después, algo parecido ha pasado aquí: el pasado lunes, en un tiempo récord que en las redes sociales desató todo tipo de comparaciones cachondas con Flash el superhéroe, el Tribunal Constitucional resolvía suspender la consulta de Artur Mas.

¡Flash! A veces sorprende la facilidad con la que la ilusión de millones de personas, sostenidas y compartidas firmemente durante mucho tiempo, pueden ser desechadas de un plumazo.

¡Primero la sentencia! , decía la frase de Caroll, y es que en la democracia de baja intensidad del PP no hay tiempo que perder contra la democracia de verdad. Tal vez no lo sabía Artur Mas o haya que recordárselo: que vive en el país en el que Baltasar Garzón fue juzgado por hasta 3 causas distintas cuando los Gürtel ni siquiera se habían sentado en el banquillo; que vive en el país en el que se descuartiza al evasor Pujol mientras se santifica a un Botín con más de 2000 millones de euros en paraísos fiscales; que vive en el país en el que a los independentistas se los combate cerrando diarios (los casos de Egin o Egunkaria en el País Vasco) y a los irreductibles candidatos a Lehendakari encerrándolos en prisión (Caso Arnaldo Otegi).

Que vive en el país en el que se indulta a banqueros y se desahucia a los pobres; un país donde se privatizan ganancias y se nacionalizan pérdidas; un país donde a los jubilados se los estafa con preferentes y a los consejeros de Bankia se los premia con despilfarro sin cuartel; un país en el que se critica que el 15M no se constituya en partido y en el que luego se critica que el partido, Podemos, se haya constituido.

Un país en el que los inmigrantes son apaleados cuando cruzan las vallas y despojados de sanidad cuando se atreven a solicitarla; o en el que las mujeres son tratadas como niñas, los parados como vagos y los manifestantes de etarras; un país en el que el lenguaje se ha convertido en arma y a los ciudadanos se los ha tomado por analfabetos.

Un país donde los demoledores recortes del Estado de Bienestar no son recortes, son “reformas“; los rescates no son rescates, son “ayuda financiera“; los repagos de servicio público son “copago” o las subidas de impuestos “recargo temporal de solidaridad“; la destrucción de la dignidad del trabajador es “mejora de la competitividad” y la recesión “tasa negativa de crecimiento”.

Y es que ya lo decía Lewis Carroll en un diálogo de “Alicia a través del espejo”, segunda parte de la primera:

—Cuando yo utilizo una palabra esa palabra significa exactamente lo que
yo decido que signifique ni más ni menos —dijo Humpty Dumpty.
—La cuestión es si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas tan
diferentes —dijo Alicia.
—La cuestión es, simplemente, quién manda aquí.

Es triste, pero es así. Bienvenido al País de las Maravillas, President.

La mayoría silenciosa

Está ahí, agazapada. ¿La oyen? Es ella, la “mayoría silenciosa” de la que tanto habrán oído hablar estos días, acurrucada tras la esquina más cercana. No, claro que no pueden oírla; por algo es silenciosa. E ininteligible. A menos, claro, que sean ustedes unos suertudos y pertenezcan a la cúpula del Partido Popular, bendecida con el don sobrenatural de interpretar los silencios. Solo ellos la oyen, solo ellos la nombran. No han sido pocas las apelaciones a la “mayoría silenciosa”, ese ente casi mitológico que dentro de unos años compartirá baúl con“líneas de crédito” o “indemizaciones en diferido”.

Las apelaciones a una “mayoría silenciosa” ya son algo más que una ocurrencia: son el argumento fundamental esgrimido por el PP desde que llegó al poder. Una “mayoría silenciosa” que asiente cabizbaja y con resignación ante las decisiones que un gobierno responsable toma por su bien. Una mayoría de ciudadanos apacibles que recela de catalanes sediciosos y izquierdistas trasnochados. Contra los independentistas díscolos del 11-S, una dosis de “mayoría silenciosa”. Contra las protestas clamando democracia y justicia social, una sociedad hogareña y tranquila que se enorgullece de sus dirigentes ante el calor de su chimenea.

Una sociedad idílica en la que cabría, sin embargo, una pregunta lógica: si la mayoría de ciudadanos a los que apela el PP son silenciosos, ¿cómo sabe Rajoy o Soraya que están de su lado? ¿Qué les dice que están conformes con sus decisiones? Tal vez la formación cristiana de la derecha española tenga algo que ver. Tal vez sea la creencia en que hay algo “mejor” que no podemos ver. Del mismo modo que Fátima Báñez se encomienda a la Virgen del Rocío ante los datos del paro. Es solo cuestión de buena fe. Pero la “mayoría silenciosa” ha venido para quedarse. En un país que tiende a la polarización en todo, habrá cuerda para rato entre los que crean en lo que no pueden conocer y los que, sin embargo, tal vez por comunistas sedientos y radicales [sic], preferimos referirnos solo a lo que conocemos: a los parados, a los pensionistas, a los desahuciados y estafados, los que ejercen y se manifiestan: “la ruidosa minoría”.

Los Castro cumplen años

dscn0139El año nuevo me pilló en Cuba y con él, también el 55 aniversario de la Revolución. Allí tuve la ocasión de comprobar las bondades del gobierno revolucionario. “Raúl hablará hoy en Santiago”, titulaba el diario Juventud Rebelde, prensa fresca y renovadora. Sin duda en él escriben jóvenes y sin duda son rebeldes: cosecha del 59, concretamente.

Finalmente, esa noche pude ver el discurso. Los ingredientes: ataques a EEUU, elogios al hermano mayor y odas a los logros de la revolución, sanidad y educación. Y es que en Cuba el gobierno se preocupa por la salud, por eso el racionamiento solo permite comprar 7 huevos al mes: por todos es sabido que su ingesta desmedida perjudica la salud. Y qué decir de la educación, qué gente más respetuosa y educada: ninguno de los cubanos con los que hablé se atrevió a criticar al gobierno, lo que demuestra que el cubano es en efecto un hombre nuevo que antepone el decoro a cualquier consideración política.

En definitiva, un acto retransmitido por Cubavisión y Telerebelde, pluralismo que permite contrastar lo que dice uno con lo que dice el otro aunque lo que digan sea lo mismo. En efecto, Raúl habló en Santiago y acabó su discurso con un cómplice “¡¿Se me comprende bien?!” que fue contestado con un “¡Síii!” claro, cristalino, sin fisuras. Faltaron las velas; el bloqueo, ya se sabe.