07.11.2021

Tengo una cierta debilidad por la gente que se sale de lo que se espera de ella, por quienes van a su aire, rompen la baraja y saltan la valla cuando se les dice que no pueden saltarla o romperla, mandando al carajo las expectativas, los consejos, la baraja y hasta la misma valla. Por quienes siguen su propio criterio aun a costa de bordear lo que se llama el sentido común, que no es sino el propio criterio de los demás. Como Terry O’Quinn gritando aquello de «don’t tell me what I can’t do», o Kit, el fugitivo de «Malas Tierras» cuando el sheriff le pregunta porque hace lo que hace y simplemente contesta: «I don’t know, I always wanted to be a criminal, I guess».

Quizás por eso me guste tanto aquella escena que Leila Guerriero cuenta en su libro sobre el periodista Roberto Arlt, cuando éste visitaba editoriales para que lo intentaran publicar: “por último, aprisionó el manuscrito con ambas manos, lo apretó contra su pecho y dijo:

-Está bien. Usted dice que mi novela es mala. Glensberg dice que mi novela es mala. Gleizer dice que mi novela es mala. Pero yo y mi mujer decimos que mi novela es buena. Muy buena.

Y se retiró violentamente”.

Quizás un rebelde solo sea alguien que nunca acepta un sí o un no, sino todo lo contrario de lo que le digan, y alguien que cree que vivir a pesar de la realidad tiene más mérito que vivir gracias a ella.

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