En el Mar de los Buenos Propósitos

El 31 de diciembre es una de mis fechas favoritas del año. Me gusta por lo que tiene de truco de prestidigitación colectivo, mientras nos decimos a nosotros mismos que llega el final y que lo que ha sido, al día siguiente, será otra cosa, ya no será. De este modo, si se es atracador, no espera uno a enero – a quién se lo ocurre – sino que aprovecha el 31 para ir a una gasolinera y dar el golpe. Hay que ser todo lo malo que se pueda ser antes de ser todo lo bueno que uno se pueda prometer. En otro lugar del mundo, a la misma hora, un chaval uruguayo de 23 años prometerá no tener miedo y declarársele a Silvia de una vez. Tal vez no lo haga. Cada año, como en una gincana, la mayoría de gente cruzará al nuevo año con buenos propósitos, y la mayoría de gente se quedará por el camino. Es una escabechina. Muchos no abandonarán, e intentarán ser mejores al año siguiente. Creo que los llaman reincidentes

Acostumbrado a hacerme promesas e incumplirlas, me muevo como pez en el agua en ese salto colectivo al mar de los propósitos; sabiendo que habrán otros que se prometerán cosas que no podrán cumplir, que no es un salto al vacío porque es un mar con fondo y que, como decía Monterroso, bienaventurados somos todos aquellos que llegamos al fondo del todo porque a partir de allí solo se puede mejorar.

Tiene gracia que escojamos siempre una fecha concreta para ciertas cosas, lo que demuestra que después de todo somos animales de orden e incluso para ir a ese caos que es una guerra, los soldados se dirigen al frente al grito de «en formación». En mi caso, no voy hacia el nuevo año como el que va a una guerra porque la gracia es no saber lo que encontrarás. «En el futuro está todo, porque todo es posible. Allí usted murió la semana pasada y allí está viviendo para siempre», dijo Bioy Casares.

Bioy, que era un romántico, pero también un guasón, tenía una receta infalible para este tipo de ocasiones, como las promesas de fin de año, y para impedir desilusiones en el futuro. Como dice su personaje «el Fugitivo» en La invención de Morel: «No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir». Pero entonces, cuando parece que la cosa pinta así de triste, y como el chaval uruguayo de 23 años, de repente cambia de opinión y suelta: «Ya no estoy muerto: estoy enamorado!». El futuro es un mundo en el que hay de todo.