Casi Londres: Prólogo

Estoy leyendo a Woody Allen en una entrevista con Borja Hermoso en la que habla sobre el fracaso, de no rehuirlo, de entregarse a él. Por momentos Allen parece poseído por el espíritu de los malditos, o qué carajo, por el espíritu de Pepe Sacristán, quien al ser preguntando hace poco por el asunto en el mismo diario, empezó la frase de la manera más elocuente de entre todas las posibles: «Vamos a morir todos».

Pienso en esas frases cuando recuerdo que hace exactamente una semana me dirigía al aeropuerto dispuesto a tomar un vuelo a Londres, a donde llegaría sin piso, sin planes y sin trabajo. En realidad, lo mismo que me ocurrió en Alemania hará un par de años, pero sin libras. Poco después, el siempre horroroso trance de subirme a un avión, el retraso previo de hasta casi 4 horas como consecuencia de la gota fría, la desaparición del billete del trayecto Gatwick-Victoria Station como consecuencia de los nervios, y la pérdida – por incumplimiento de horario – del alojamiento de airbnb con el que había contactado para pasar la semana.

Esa misma noche, cuando tocaban ya casi las 2 de la madrugada, entraba en una pensión india de quién sabe qué nombre, situada en quién sabe qué callejón, arrastrando o siendo arrastrado por unas maletas por pasillos organizados en función de quién sabe qué organización y nivelados con tal desnivel que, cuando llegué a mi puerta y me aferré al pomo para no salir rodando, estuve a punto de volver atrás y preguntarle a la recepcionista si en efecto no habíamos llegado ya a la cordillera del Karakorum.

No lo hice, porque ello suponía volver atrás y cruzar las interminables puertas que dividían los pasillos, todas ellas marcadas con una señal de «Uso de emergencia en caso de incendios», que me hizo pensar en el personaje de Barton Fink de los hermanos Coen, y en que más que un aviso aquello parecía una funesta premonición.

Lo que si hice, recordando a Sacristán y leyendo ahora a Allen, es volver a prometerme una vez más que a partir de ese momento escribiría con una cierta asiduidad sobre lo que me fuera ocurriendo, y que lo haría sin esconder nada, sin eludir el fracaso, como vengan viniendo las cosas, aunque sea en dirección contraria, por un paso a desnivel, en una pensión india y con riesgo de incendios.

Al fin y al cabo, siempre puede ser peor. Siempre puede haber un Brexit, y además sin acuerdo, un 31 de Octubre, en la noche de Halloween.