Días perfectos

Salgo del cine con ganas de volver a ver “Perfect Days” (Wim Wenders, 2023) al día siguiente, y eso que desconfiaba de esas críticas que la definían como “balsámica”, como si se tratase de una infusión de hierbaluisa y no de una película. El argumento es simple: un señor mayor, japonés, se levanta cada mañana a limpiar metódicamente, con pasión y esmero, los lavabos públicos de Tokio. Cada día el mismo procedimiento, la misma rutina, apenas interrumpida por un día de descanso. El tipo casi nunca se queja de nada, habla poco, intenta hacer lo suyo lo mejor que puede, e incluso algunos espectadores aseguran que parece disfrutar. En su breve pausa para comer, fotografía árboles que se mecen a merced del viento; al acabar la jornada, disfruta de un refresco que le dejan listo en el pequeño bar de un centro comercial; a diario se relaja en el agua caliente de un baño público y siempre finaliza su jornada prácticamente dormido mientras apura las últimas líneas de un libro, antes de volver a empezar. La película es un homenaje a las heroicidades privadas, a la necesidad de crearnos pequeños refugios ante una realidad que nos amenaza en todo, a buscar la belleza en la nada. Y aunque la sonrisa de Hirayama, el protagonista, no es “perfecta”- la vida no está exenta de magulladuras, y en el camino al trabajo pueden cruzarse el color del cielo al amanecer, el sonido de una canción propicia y el recuerdo de un familiar muerto -, es una sonrisa al fin y al cabo. Hace aquí Wenders lo que Ida Vitale dijo ya en un poema: “mi homenaje al que plantó cada árbol, sin pensar, para siempre; […] al conductor del ómnibus, cumplido, sonriente, que levanta una tarde con su simple saludo […] a todo lo que ocurre sin ser más que eso: algo”.