Regresar a Barcelona ha supuesto aparcar quién sabe por cuanto tiempo sueños grandilocuentes en países lejanos, soltar lastre y mucho exceso de imaginación. Ahora voy, como diría Pepe Mujica citando a Machado, «liviano de equipaje», y preparado para la descompresión.
Una rutina sencilla pero inevitable doma por el momento lo que pueda haber de indomable en mi y empiezo a entender a Manuel Vicent cuando dice que dejar pasar las horas, desechar cualquier ambición y vivir el sol en medio de una mediterránea austeridad es todo lo que cabe en el inventario de su fe. Revisando una de las conversaciones de whatsapp con mi tío, que es como ponerse a leer el libro de conversaciones con el Doctor Johnson, encuentro estos mensajes que me envió: «Ayer hice mi almáciga con las semillas de los tomates, para plantar en el Valle a su tiempo. Anhelaba escapar, cambiar el mundo…y ahora una acequia de agua me acerca al clímax de la belleza, de lo auténtico. Lo sencillo termina siendo mi periscopio».
Mientras tanto, debido a la pandemia que no cesa, mi yo actual que asiste desde casa a seminarios virtuales de una universidad extranjera, en los que se discute sobre cómo Mao y los suyos se enfrentaban con los yankees por las montañas de China, no es muy distinto a mi yo de la infancia que blandía un cepillo de escoba creyendo luchar contra soldados ajenos desde mi patio trasero. Mientras que la realidad tiene lugar ahí afuera, armado con la imaginación necesaria, mi casa sigue siendo mi base de operaciones.