«Un británico, un americano y un alemán se dan cita en el despacho de un rascacielos para discutir sobre el futuro del mundo…»
Generalmente, esta es la ocasión en la que cualquier narrador habría interrumpido el relato para descartar que se trate de un hipotético chiste. Podría parecerlo, si no fuera porque las particularidades del caso desaconsejan cualquier tipo de rotundidad. La divulgación de dicho encuentro tuvo lugar ayer, un lunes de 2017 cualquiera. En realidad, un lunes catalogado, bajo el nombre de Blue Monday, como el día más triste del año por las agencias de publicidad. Nadie podrá alegar que no hizo méritos para ello.
En su primera entrevista a medios extranjeros, el magnate Donald Trump y, -léase con dudosa solemnidad – próximo presidente de los Estados Unidos de América, se reunió con el periodista del Times, Michael Gove, y con el actual director del diario alemán BILD, Kai Diekmann. Difícil imaginarse una entrevista, que por otra parte es un procedimiento habitual e inofensivo, compuesta por personajes más siniestros.
En una época en que la realidad no parece sustraerse a la publicidad, tampoco la información ha podido sustraerse a la posverdad. Como en un gesto simbólico para ilustrar el apocalipsis que se nos viene encima, tres de los personajes que más han hecho durante los últimos años por acabar con la credibilidad del periodismo y de una época, decidían encerrarse en un despacho y «discutir sobre el futuro del mundo». Sin duda, un guión apasionante.
Gove, al que los servicios de seguridad de Trump debieron de registrar con más ahínco que a su homólogo alemán, por si las navajas (todavía escuece la cuchillada que le asestó a su amigo Boris Johnson cuando decidió presentarse a las primarias tories, algo que sorprendentemente hermana a Boris Johnson con Pedro Sánchez), fue también uno de los artífices de la campaña a favor del Brexit y de célebres frases de ésta que le valieron el sobrenombre de Michael «Don’t trust experts» Gove. Es decir: no hagan caso a esos economistas, láncense al Brexit, lo pasaremos bien.
Diekmann, por su parte, hizo fortuna en el todopoderoso BILD. Y es que, no hay que confiarse, tras las inocentes páginas de este tabloide que discute sobre Gran Hermano o los goles de Boateng, se encuentra el diario más vendido de Europa y una de las manos que reparten la baraja. Suyas son algunas de las campañas de descrédito más furibundas y vergonzantes de los últimos años, como aquella en la que, con un «Griegos, vended vuestras islas», pretendía resolver la crisis económica europea. Pocas portadas -y pocas no fueron – han hecho menos por la unidad de Europa en su hora de mayor necesidad.
En cuanto a Trump…No hace falta decir mucho más.
«¿Qué tal está Angela Merkel?», le soltó Trump a Diekmann nada más llegar, en una de esas preguntas ingenuas que parecen anunciar una funesta premonición. «Le iba bien hasta hoy», podría haber contestado Diekmann, pero se desconoce lo que contestó. La entrevista discurrió, como era de esperar, entre titular y titular. Desprecios a la OTAN, indiferencia hacia Europa, mano dura…»Me gusta el orden», recordó Trump frente a un escritorio que parecía haber sido arrasado por el Katrina. Hubo incluso metralla para la industria alemana del automóvil, a la que acusó de vender en EEUU sin producir allí mientras Chevrolet ni siquiera se vende en Alemania. De nada sirve que periodistas como Christoph von Marschall desmintieran ésos y otros muchos datos más tarde. El daño ya estaba hecho. Trump despertó la furia del vicecanciller alemán («los EEUU tienen que hacer mejores coches») y la desesperanza estoica de la canciller («el futuro de Europa está en nuestras manos»).
«Un británico, un americano y un alemán se dan cita en el despacho de un rascacielos para discutir sobre el futuro del mundo…». Podría parecer un chiste, y tal vez lo sea.