Adiós a todo eso, 2016

Había pensado en hacer una lista con cosas destacadas de este 2016, pero me temo que soy demasiado desorganizado y caótico como para improvisar una lista razonablemente ordenada. No es que no me gusten los números, que también, es que yo no les gusto a ellos. Lo acepto con deportividad y siempre recuerdo, no con rencor sino incluso con cierto orgullo, aquel día en que, tras preguntarle en voz alta y por cuarta vez a la profesora de matemáticas cómo podía ser que el coche A llegara 48 minutos más tarde que el coche B, me espetó: «Ay, mira Sergio, definitivamente creo que no lo entenderás. Pregunta a tu compañero». A la semana siguiente, ya me habían bajado del grupo 3 al grupo 2. No hay que subestimar nunca la aplastante lógica de un profesor de matemáticas.

Tampoco ha sido, reconozcámoslo, un año fácil de resumir. Como decía el antiguo ser humano y ahora Premio Nobel, Bob Dylan, en una de mis canciones favoritas: «Something is happening here and you don’t know what it is, Mr. Jones». Este confuso 2016, de hecho, tiene incluso una textura parecida a 2666, ese número ya por siempre asociado al mejor libro de Roberto Bolaño. Tampoco a Bolaño lo han dejado tranquilo. Su viuda y sus amigos y sus editores se han peleado día sí y día también con las hojas de la prensa como telón de fondo y la palabra como arma de esgrima. Seguramente le hubiera gustado a Bolaño, este combate de gladiadores literarios. No lo sé, nunca le conocí. Pero le echo mucho de menos. Supongo que alguien lo entenderá. Christopher Hitchens es otro que ha recibido lo suyo este 2016. Le han acusado de convertirse al cristianismo (¡a él, que fue un caballero del ateísmo durante toda su vida!). Basta haberle leído lo suficiente para saber que siempre dijo la verdad y recordar aquel momento en el que, cuando le dijeron que se pasara al cristianismo, ya a las puertas de la muerte, y renunciara al diablo, contestó: «No es momento de hacer enemigos». A él también le echo de menos.

Acústicamente, este 2016 ha sonado parecido al año anterior. Hay letras de Santi Balmes que siguen persiguiéndome allá donde voy. Además, todavía sigo sin cogerle el gusto a eso de cantar en alemán. Por no hablar de hablar en alemán. Eso sí, Berlín ha sido más paciente conmigo de lo que lo que hubiera llegado a pensar. Y es cierto eso de que la ciudad es Historia (en mayúsculas, porque a diferencia de Cartago, Berlín aún ES): he visto como mujeres emocionadas dejaban un retrato del asesinado Boris Nemtsov frente a la embajada rusa, casi al lado de la puerta de Brandenburgo, como soldados irredentos que izan la bandera una vez más. He visto a Ai Weiwei invadir la Konzerthaus en homenaje a los refugiados, con el color naranja y el olor a sal de los miles de chalecos salvavidas que, en algunos casos, ni siquiera sirvieron para eso. También he visto arrollada por un camión hostil la misma caseta apacible que tres días antes servía los más inofensivos postres de Navidad.

Es cosa jodida esto del año nuevo. Es ese momento del año en el que durante unos pocos minutos siento una punzada – solo dura lo que dura, por eso es una punzada – que me recuerda todo lo que no he hecho, lo que he hecho pero he hecho mal o lo que, aunque me lo hubiera propuesto, jamás podría haber llegado a hacer. Afortunadamente, esa punzada no dura más de lo necesario. En mi caso, antes que sentir una especie de melancolía inútil, siempre recuerdo aquella frase que Soledad Villamil le suelta en ‘El secreto de sus ojos’ a Ricardo Darín: «Mi vida entera fue mirar hacia adelante…atrás, no es mi jurisdicción.»

No es mal propósito. Feliz año nuevo a todo eso.

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