Varoufakis y el Minotauro

Los hombres de negro son incorruptibles. Tecnócratas profesionales. Los hombres de negro no yerran, no rechistan, no negocian. Son implacables. Los hombres de negro llegaron con la crisis y se irán (¿se irán?) con ella. Ni siquiera se sabe exactamente quién los apodó así, hombres de negro, por primera vez. Sí se sabe a qué vienen, y que es lo que quieren: inspeccionar el estado del sector financiero de los países intervenidos, su situación económica y la aplicación de reformas.

Los hombres de negro no hacen amigos, ejecutan órdenes. “Soy un hombre de negro, soluciono problemas”, se dice que se le oyó murmurar a uno, una vez, en una charla, como queriendo homenajearse a sí mismo y al personaje de Pulp Fiction que los inspiró. Los hombres de negro solo tienen órdenes, y también dueño: se trata de la Troika, la Hidra, el monstruo de tres cabezas compuesto por el BCE, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional.

Durante la crisis, los hombres de negro merodeaban sigilosos entre nosotros, evaluando nuestras cuentas, olfateando cada rastro de pequeño desliz, recomendando acelerar tal o cuál medida mientras golpeaban apremiantemente con la cucharilla del café. “¡Te queda muy bien esa reforma laboral!”, “¡¿Menudo recorte, te lo he hecho yo?!”, se les oía bromear en las pocas ocasiones en las que se permitían bromear.

Así fue durante muchos meses, escrutando, vigilando, controlando, ordenando… hasta anteayer. En Grecia, un nuevo héroe se ha erigido en salvador de los griegos. Se llama Alexis Tsipras, y no está solo. Su mano derecha es Yanis Varoufakis, ministro de Finanzas, ex asesor de Valve (compañía de Videojuegos) y estrella del rock de la economía. Estudió en Essex, pasó por Cambridge, tiene un blog hecho con WordPress y salía mucho en televisión. Pero Varoufakis es también un exitoso escritor: escribió en 2012 El minotauro globalun ensayo sobre el fracaso de la economía del capital.

Varoufakis ya apuntó entonces al que creía que era su gran enemigo a combatir: el minotauro de Creta como metáfora del monstruo financiero que estallaría de rabia con la crisis. Lo que quizás no podía apuntar ni imaginar entonces es que, tres años más tarde, como el Teseo de la mitología griega, acabaría encerrado junto a él.

Contaba Varoufakis antes de ganar las elecciones que los griegos habían sido encerrados en un laberinto. Que en 2010, en bancarrota, se les pidió a los griegos que pagaran la deuda reduciendo sus ingresos a cambio del préstamo más grande de la historia; que quien concedió el préstamo, la Troika otra vez, ignoró que quién está en bancarrota no puede pagar la deuda ni reducir aún más sus ingresos, aumentando de este modo la deuda una vez más. Un círculo vicioso. Un laberinto.

Varoufakis entró en él al asumir la cartera de Finanzas con el único hilo de esperanza de que Syriza suponga la diferencia. El viernes pasado Varoufakis embistió primero. En plena rueda de prensa con el líder del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, la tensión en el ambiente se cortaba con un cuchillo. “Grecia no reconoce a la Troika”, dijo el griego golpeando a la bestia.” “Ignorar los acuerdos no es el camino correcto”, replicó el otro. Tras la comparecencia, se levantaron, se encararon, y el holandés le soltó:

-Acabas de matar a la Troika.

-Uau, contestó el griego.

Se soltaron las manos y acabó la reunión. No sé sabe si hubo algo más, si Varoufakis le espetó, “ella disparó antes”, cómo aquella viñeta cómica sobre el Affair Charlie Hebdo. Lo que sí se sabe es que el laberinto sigue ahí. Que la bestia es algo más que una tríada de instituciones creadas para un mismo fin. Que el laberinto de la crisis de la deuda está construido por Merkel, como Dédalo, y los contribuyentes (entre otros) del pueblo alemán. Que el rey Minos, como los mercados financieros, no admite aventuras en tierra europea. Que la victoria es difícil y la salida es compleja.

Epílogo: Fragmento de “El tiempo de los regalos”, de Patrick Leigh Fermour. De otros tiempos para Creta, para griegos y alemanes.

Los azares de la guerra me depositaron entre los riscos de la Creta ocupada con una partida de guerrilleros cretenses y un general alemán cautivo al que habíamos detenido y llevado a las montañas tres días atrás. La guarnición alemana de la isla nos perseguía, pero por suerte de momento seguían una ruta equivocada. Era aquella una época de inquietud y peligro, y para nuestro prisionero de penalidades y congoja. Durante un intervalo en la persecución, nos despertamos entre las rocas cuando se iniciaba un amancer brillante por encima del monte Ida. Lo habíamos coronado con dificultad, hollando la nieve y luego bajo la lluvia durante los dos últimos días. Al mirar por encima del valle el pico montañoso destellante, el general musitó:

-Vides ut alta stet nive candidum Soracte… (Ya ves cómo la alta nieve blanquea el Soracte)

¡Era uno de los poemas que yo conocía! Seguí desde el punto en que él se había interrumpido:

-…Nec iam sustineant onus silvae laborantes, geluque flumina constiterint acuto (Y soportan el peso los cansados bosques y el hielo áspero constriñe los ríos)

Y así sucesivamente todas las estrofas restantes hasta el final. Los ojos azules del general se habían apartado de la cima del monte para fijarse en los míos, y cuando terminé, tras un largo silencio, dijo: “Ach so, Herr Major! (Vaya, señor comandante!). Fue algo muy extraño, como si, durante un largo momento, la guerra hubiera dejado de existir. 

 

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