
De entre todas las cosas que le he leído a Enric González, creo que «Historias de Londres» es probablemente la mejor. Hojeo algunas páginas mientras voy en el metro, porque en la ciudad más conectada del mundo, el Wifi aún no conecta con el underground. «Hounslow, Osterley, Boston Manor, Northfields, South Ealing, Acton Town, Hammersmith…¡Qué hermosa sonoridad! Con nombres así, uno tiene ya medio hecha una novela de intriga y pasión».
Vengo de los Jardines de Kensington, en uno de esos días londinenses en los que parece ser primavera, verano, otoño e invierno al mismo tiempo y el concepto «clima del día» no existe en el menú de la casa: los hay de todos y todos a la vez, escoja el que quiera, buffet libre.
Desde que leí el libro de Enric hará cinco años, siempre quise visitar algunos de los sitios que describía, y tenía especial interés por ver la famosa estatua de Peter Pan, el personaje del periodista y escritor James Matthew Barrie, una historia endulzada por Disney pero teñida de melancolía. En la obra teatral de 1904, basada en los cuentos, Peter Pan exclama: «¡Yo no quiero ser un hombre!» Yo quiero ser un niño y pasármelo bien. Así que me fui a Kensington Gardens y viví con las hadas durante mucho tiempo».
Pero no vi a Peter Pan, ni a las hadas, ni a George, ni a Jack ni a Wendy, porque tras pasarme dos horas resiguiendo el Serpentine – el río artificial que recorre Hyde Park en dirección a Kensington Gardens – acabé tomando el camino equivocado y seguí a un grupo de turistas japoneses que daban vueltas al parque en círculo, llegando siempre al mismo sitio y sin encontrar nunca la salida. Justo en aquel momento recordé que el megáfono del metro de Barcelona emitía en japonés por alguna razón, y comprendí que el turista nipón será siempre, de entre todos, el que más cerca esté de Nunca Jamás.
Tras el fracaso de la empresa, sin embargo, decidí no abandonar y me dirigí a la Tate Britain en busca de algo parecido al lugar ansiado por Peter Pan, o mejor dicho, el lugar ansiado por el periodista Barrie tras la máscara de Peter Pan.
Aunque he visto el cuadro miles de veces, nunca había tenido delante el original. Se llama «Carnation, Lily, Lily, Rose«, de John Singer Sargent. Es un cuadro sencillo, aunque casi todos los cuadros lo son: en él, dos niñas vestidas de blanco sostienen lámparas chinas de color rojo en medio de un bosque plagado de lirios. Sargent se topó una vez con esas lámparas en una de las orillas, mientras navegaba el Támesis en bote, y nunca más pudo olvidarlas.
Viendo el cuadro ahora, caí en la cuenta de que en ese lugar de lirios blancos, esas niñas tampoco envejecerán nunca, que ese lugar es la infancia y que no hay espacio para los adultos porque tampoco lo hay para la infelicidad. Nadie lo resumió mejor que Nabokov: «Veo de nuevo mi escuela en Vyra, las rosas azules del papel pintado, la ventana abierta…Todo es como debería ser, nada cambiará nunca, nadie morirá nunca». En definitiva, Nunca Jamás.